sábado, 10 de abril de 2010

Por circunstancias y accionares de fuerzas de otra dimensión
Ella era una naranja, era un fruto, tal vez del amor, tal vez del error
Pero en metáforas obvias no quiero meterme hoy
Ella era literalmente una naranja.
Vaya fruto dios, digo, todavía no maduraba y ya asomaba
la promesa de una vasta y carnosa fruta llena de un jugo
de un empalagante dulzor.
Es mi desgracia tener que en esta historia contar que ella
solo fue una gran promesa que nunca se concreto
algo así, como la Jesús de las naranjas, y los judíos presentes en el chico
que esperaba impaciente por incar sus dientes en su carne
fraccionaria.
Pero esta era, otra naranja predicadora, que venía a enseñar
la magia cinética de su naturaleza.
Esta era otra, naranja derribada, por lluvias y vendavales.
Si bien se lo cierto de su fin, según su futuro poseedor,
en su frenesí poético, afirmaba a su padre granjero, que había sido
una naranja tan vasta y naranja, que no pudo perdonar
su naturaleza deslumbrante, obligada a caer por el peso de su gustosa carne.
Es pues mi deber, dios sabrá porque, informar que ante tanta perfección
aquella naranja, no cayó por su propio peso, cayo herida
Por las fuerzas más destructivas de la naturaleza, su madre, y también su parca,
así pues, os advierto, no buscáis la perfección, pues allí todo se decanta
por su propio peso. Y si algún día encontradla, disfrútala unos momentos
y devolvedla enseguida a su madre, pues si no lo haces, será tu madre
y su túnica de parca quien vendrán por tu brillo, a quitártela arrastrándote con ella
sin dejarte disculparte, por tu perfección.

No hay comentarios:

Publicar un comentario